Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 28 de julio de 2011

Silencios forzosos


¿Se imaginan pasar 23 años de su vida postrado en la cama de un hospital sin poder comunicarse con el exterior, pero plenamente consciente de cuanto ocurre y se dice sin que nadie se percate de ello? Eso exactamente le pasó a un paciente belga, Rom Hoube, que hasta el año 2009 fue mal diagnosticado como un caso vegetativo cuando, en realidad, sufría una enfermedad aparentemente mucho más cruel: el síndrome del cautiverio.

El llamado síndrome del cautiverio es un trastorno causado la mayoría de las veces por una lesión cerebro-vascular que hace a quienes lo padecen prisioneros de su propio cuerpo. La única forma que tienen, y no todos, de entablar relación con quienes les rodean es a través del parpadeo. En sus casos más extremos, ni eso.

jueves, 21 de julio de 2011

Cuestión de confianza


Hay una clase de personas predispuestas a “poner la mano en el fuego” por aquéllos a los que conocen y quieren. Y es raro, porque con la que cae y el clima actual que se respira en nuestra sociedad, la desconfianza está al orden del día.

Obviamente, no hablo de esas personas que mantienen una posición externa de confianza porque lo exige el guión y sus propios intereses. No. Hablo de personas que no creen inmediatamente y sin pruebas rumores o acusaciones vertidas contra otros. Sean las que sean y lo diga quien lo diga.

Y aunque a más de uno le vengan a la cabeza inmediatamente los términos “corrupción” y “políticos” —lo cual demuestra y afirma lo que les comentaba del clima actual y de la escasez de personas dispuestas a “poner la mano en el fuego”— no estoy hablando de ello. Al menos, no sólo de ello.

jueves, 14 de julio de 2011

Buenos samaritanos


Nunca supe el nombre, y con el tiempo que ha pasado —el episodio se remonta a mediados de los años 70— se me antoja imposible. Ni siquiera soy capaz ya de ponerle un rostro. Pero nada de eso obsta a que merezca su espacio en esta tribuna de héroes anónimos.

Apenas contaría yo con doce años y una cruz de oro que había sido de mi difunto tío (hermano de mi madre). El resto de aspectos personales no son relevantes.

Salía del colegio y caminaba por la acera, todavía junto a la valla que delimitaba el patio, cuando dos o tres chavales —cuatro o cinco años mayores que yo— se cruzaron conmigo. No soy consciente —al menos hoy— de haber reparado en ellos o sentir algún tipo de amenaza.

jueves, 7 de julio de 2011

Bienaventurados los humildes


Si le tuviera que poner un rostro a San Francisco de Asís —sin dejarme llevar por estampas y cuadros— sería el de un pequeño sacerdote al que conozco desde hace mucho tiempo. Un hombre eminentemente bueno y humilde. No sabría describirle con más palabras. Ni con menos.

Les cuento algunas cosas para que me entiendan.

Este sacerdote renunció en su día a cualquier complemento pecuniario que situara sus ingresos mensuales por encima del salario mínimo interprofesional. Para él no podía ser de otra manera: era una cuestión de justicia, de solidaridad, de comunión.

Nunca ha tenido casa propia, ni coche. Una bici y durante un tiempo una moto han sido su medio de transporte, hasta que la enfermedad le impidió sencillamente mantener el equilibrio. Desde entonces, transporte público, o familia y amigos.